Fernando Reberendo

„Michel Foucault y el poder“ de Gilles Deleuze




Michel Foucault y Gilles Deleuze se conocieron en 1952: Foucault impartía una conferencia y Deleuze, por entonces profesor de instituto, fue a escucharlo; cenaron juntos con un amigo común y no hablaron mucho. Un encuentro glacial y poco prometedor que, sin embargo, fue el origen de una de las amistades filosóficas más intensas del siglo xx, en virtud de la cual tanto Foucault le prestaba a Deleuze su apartamento en París como ambos discutían hasta la extenuación y, si hacía falta, se retiraban la palabra durante años.
No obstante, la profunda y mutua admiración se mantuvo siempre intacta, y tal vez por ello, pocos meses después de la muerte de Foucault, Deleuze decidió rendirle homenaje iniciando unos cursos universitarios sobre su obra. Las clases tuvieron lugar en el Departamento de Filosofía de la Universidad de París 8, que ambos habían creado juntos en 1968, negándose a realizar exámenes y a establecer calificaciones (la universidad les retiró la posibilidad de conceder diplomas, pero a nadie le importó). Mejor contexto imposible, por tanto, para impartir un seminario sobre la teoría del poder de Michel Foucault, inédito hasta la fecha en nuestra lengua, y cuya primera parte presentamos ahora. En él Deleuze expone, analiza, escudriña e interpreta la noción de «poder» propuesta por Foucault, su relación indisociable con la de «saber» y su importancia radical para entender las nuevas teorías y prácticas de lucha y resistencia que se han hecho presentes en nuestro mundo desde finales de los años sesenta, y cuyo ciclo se reactiva en nuestros días.
Más información: http://traficantes.net/libros/michel-foucault-y-el-poder

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Guattari y Lacan

Una de las cuestiones claves de la relación entre Lacan y Guattari será la postura ante el significante. El papel central del significante para el estructuralismo, es una de las críticas de Guattari. También el esfuerzo por matematizar el inconsciente de forma sistemática, anulando (según Félix) la riqueza del inconsciente Freudiano, abierto al mito y al sueño. Por otro lado, la reducción Lacaniana de la pluralidad de semióticas en beneficio de la lingüística. No se trata para Guattari de quitarle importancia al significante, desde ya que la tiene, pero no se puede pensar en términos de universales. 
Sin embargo y a pesar de la crítica del antiedipo, Guattari nunca descalifico de manera total a Lacan.




El objeto de nuestros ataques no es la ideología del psicoanálisis sino el psicoanálisis en cuanto tal, tanto en su práctica como en su teoría. Y no hay, en este aspecto, contradicción alguna en sostener que el psicoanálisis es algo extraordinario y, al mismo tiempo, que desde el principio marcha en una dirección errónea. El giro idealista está presente desde el comienzo. Pero no es contradictorio: aunque la putrefacción ya está en el origen, en ella crecen espléndidas flores. Lo que nosotros llamamos idealismo en el psicoanálisis es todo un sistema de proyecciones y reducciones propias de la teoría y de la práctica del análisis: reducción de la producción deseante a un sistema de representaciones llamadas inconscientes, y a las formas de motivación, de expresión y de comprensión correspondientes; reducción de la fábrica del inconsciente a un escenario dramático, Edipo o Hamlet; reducción de las catexis sociales de la libido a catexis familiares, desviación del deseo hacia coordenadas familiaristas, Edipo, una vez más. No queremos decir que el psicoanálisis haya inventado a Edipo. Se limita a responder a la demanda, cada cual se presenta con su Edipo. El psicoanálisis no hace más que elevar Edipo al cuadrado –un Edipo de transferencia, un Edipo de Edipo– en la ciénaga del diván. Pues, ya sea familiar o analítico, Edipo es fundamentalmente un aparato de represión de las máquinas deseantes, en absoluto una formación propia del inconsciente en cuanto tal. Tampoco deseamos sostener que Edipo, o sus equivalentes, varíen según las formaciones sociales consideradas. Estamos más inclinados a creer, como los estructuralistas, que se trata de una constante. Pero es la constante de una desviación de las fuerzas del inconsciente. Por eso atacamos a Edipo: no en nombre de unas sociedades que no implicarían a Edipo, sino debido a la sociedad que lo implica de un modo eminente, la nuestra, la capitalista. No atacamos a Edipo en nombre de ideales pretendidamente superiores a la sexualidad, sino en nombre de la propia sexualidad, que no se reduce al “sucio secretito de familia”. No establecemos diferencia alguna entre las variaciones imaginarias de Edipo y la constante estructural, puesto que se trata en ambos extremos del mismo atolladero, del mismo avasallamiento de las máquinas deseantes. Lo que el psicoanálisis llama la solución o la disolución de Edipo es en extremo cómico, ya que se trata precisamente de la puesta en marcha de la deuda infinita, el análisis interminable, la epidemia edípica, su transmisión de padres a hijos. Cuánto desatino, cuántas estupideces han podido decirse en nombre de Edipo, especialmente a propósito de los niños. Una psiquiatría materialista es aquella que introduce la producción en el deseo y viceversa, la que introduce al deseo en la producción. El delirio no remite al padre, ni siquiera al nombre del padre, sino a todos los nombres de la Historia. Es algo así como la inmanencia de las máquinas deseantes en las grandes máquinas sociales. Es la ocupación del campo social histórico por parte de las máquinas deseantes. Lo único que el psicoanálisis ha comprendido de la psicosis es su línea “paranoica”, la que conduce a Edipo, a la castración y a todos esos aparatos represivos que se han inyectado en el inconsciente. Pero el fondo esquizofrénico del delirio, la línea “esquizofrénica” que diseña un campo ajeno a la familia, se le ha escapado por completo. Foucault decía que el psicoanálisis seguía siendo sordo a la voz de la sinrazón. Y, efectivamente, el psicoanálisis lo neurotiza todo y, mediante tal neurotización, no contribuye únicamente a producir esa neurosis cuya curación es interminable, sino al mismo tiempo a reproducir al psicótico como aquel que se resiste a la edipización. Carece por completo de una posibilidad de acceso directo a la esquizofrenia. Y pierde igualmente la naturaleza inconsciente de la sexualidad debido a su idealismo, al idealismo familiarista y teatral. F. Guattari

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Del acontecimiento

“Ser dignos del acontecimiento” Quizás es la frase que más se aproxime a la filosofía de Deleuze. Los acontecimientos nos esperan, nos aspiran, nos hacen señales, y se efectúan en nosotros. Pero a veces no somos dignos de ellos y en ello no radica ninguna moral. No ser indigno de lo que nos sucede, captar lo que nos sucede. Superar el resentimiento contra el acontecimiento. Lo inmoral en Deleuze, es cualquier utilización de las nociones morales, justo, injusto, mérito, falta.

¿Qué es querer el acontecimiento?

Es querer una voluntad! 

No es lo que sucede lo que quiero, sino algo enlo que sucede.

Es un cambio en la voluntad, un salto sobre el mismo cuerpo.

Es algo por venir justamente en lo que sucede.

El sentido, será el esplendor del acontecimiento, su estallido. Un puro expresado que nos hace señas, nos espera. 

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Bacon y Velázquez

Deleuze plantea dos formas de superar la figuración:
  
      1: Hacia la forma abstracta
      
      2: Hacia la figura

Para Bacon, la figura es lo contrario a la forma referida a un objeto que se supone representar (figuración).

Deleuze dice que de todos los clásicos, Velázquez ha sido, sin duda, el más prudente, de una inmensa prudencia: hacía pasar sus extraordinarias audacias manteniendo firmemente las coordenadas de la representación, asumiendo firmemente el rol de un documentalista… ¿Qué hace que Bacon, en relación con Velázquez, lo tome como maestro?  ¿Por qué declara su duda y su descontento cuando piensa en su reanudación del retrato de Inocencio X? De cierta manera, Bacon ha histerizado todos los elementos de Velázquez. Es necesario no sólo comparar los dos Inocencio X, el de Velázquez y el de Bacon que lo transforma en papa que grita. Es necesario comparar el de Velázquez con el conjunto de la obra de los cuadros de Bacon. 




Francis Bacon: Sólo la he visto en foto, nunca vi esta pintura de Velázquez en Roma que tanto me ha influenciado en su momento. El retrato del Papa…

– ¿Inocencio X?

– Sí, me pide que explique la pintura y no se puede. Un cuadro que ha impresionado a todos los pintores. Uno de los mejores del mundo.

– ¿En aquel tiempo era ilustración?

– … en aquel tiempo no estaba el cine, ni la televisión, ni tan sólo la fotografía… Estaban forzados a hacer este tipo de ilustración… Pero como la hizo tan magnífica… Uso las fotos como un diccionario, no para copiarlas, como hacen los hiperrealistas… simplemente como un diccionario, de referencia.

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